Este cuento es uno de mis favoritos, obtuvo el tercer lugar a nivel estatal en el concurso convocado por los juegos magistrales del SNTE56 aquí en Veracruz, en el año 2005. Espero les agrade. Dejen sus comentarios por favor.
No llores por mí.
Era
media tarde, el viento fresco soplaba suavemente, mientras las nubes se unían
como si el cielo hiciera una conspiración. Debajo de una ceiba enorme se
encontraba Francisco, en cuclillas, escribiendo algo sobre la tierra. Juanita a
lo lejos lo miraba desde la ventana de su casa, la curiosidad la llevó hasta el
lugar donde él estaba.
-¿Qué haces?- preguntó al acercarse mientras
saboreaba una paleta de chocolate. El niño continuó escribiendo mientras la
tierra se volvía húmeda al paso de su mirada. Entonces Juanita levantó la vista
buscando sus grandes ojos alegres pero en su lugar encontró una tristeza
profunda. Francisco, con la mirada enrojecida y la garganta seca había dejado
de escribir, al ver a su amiga grandes gotas saladas inundaron su rostro. - Mi mamá - balbuceó - mi mamá...- No pudo
continuar, Juanita lo abrazó y le dio un beso, un beso con sabor a sal; el
viento sopló en ese momento, un aire triste y el grito de un pájaro que cruzó
el cielo lograron que el corazón de Juanita diera un vuelco. Olía a tristeza y
soledad.
Ella sabía que Gloria, la madre de Francisco, se
había ido de "mojada" a Estados Unidos un año atrás, cuando él tenía
ocho años y su hermana Carolina doce; habían quedado al cuidado de su abuela
paterna doña Maura, quien había enviudado tres meses antes. A Juanita le
vino el recuerdo del día del entierro. Francisco, temblando, se encontraba en
un rincón de la casa mientras la gente mayor disponía lo necesario para el
funeral -¿Qué tienes?-había preguntado ella -Mi abuelo...anoche me dio miedo al
escuchar un trueno, creo que se venía el norte y me fuí a dormir con él. En la
mañana, cuando desperté no se movía y estaba bien frío...ahora sí me quedé sin
papá - decía llorando y al decirlo parecía que la fragilidad de su cuerpo
terminaría con él de un momento a otro ante los fuertes sollozos que daba. - Antes de dormir él me habló y dijo: Pancho,
ya eres un hombrecito, el día que yo muera cuidarás de tu abuelita y tu
hermana, trabajarás la parcela que al fin y al cabo será tuya.
La lluvia cortó de pronto los pensamientos de
Juanita -Ven Pancho, vámonos o te vas a resfriar -Ahora la lluvia se confundía
con las lágrimas de Francisco, quien caminaba ensimismado y no habló hasta que
llegaron a guarecerse en un pequeño cobertizo. -Mi mamá me quiere llevar con
ella, pero yo no quiero. ¿Quién va a cuidar a la abuela, a Caro? ¿Quién va a
trabajar la parcela? porque el abuelo dijo que yo debo cuidarla, fue algo que
él me encargo.
Juanita no comprendía aún el por qué a pesar de
las explicaciones que Francisco daba ella sentía que había algo más, algo que
se reflejaba en los ojos, en el movimiento de las manos y en la tristeza que
embargaba a Pancho; así que al terminar
la lluvia, cuando el cielo se observaba más azul y comenzaron a caminar de
nuevo, preguntó: - Oye, ¿Y por eso es que estás tan triste? - Pancho se
adelantó a cortar la ramita de un naranjo y sin importarle los charcos que la
lluvia había dejado sobre la tierra se arrodillo dibujando sobre el suelo
húmedo con la ramita y contestó: -¿Sabes cómo pasan a los niños del otro
lado? Mi mamá quiere que me vaya yo solo con "el coyote". Nos iríamos
por el desierto… ¿Y si me pierdo? ¿Y si me quedo sin agua? Además, dicen que
para poder pasarte primero te drogan, te dan una pastilla para que no hagas
ruido en la camioneta donde te llevan...-Pancho calló y su mirada se perdió en
el horizonte, su rostro tenso y cansado... los ojos abultados de tanto llorar,
parecía que meditaba. -Entonces "el coyote" me dormiría y
después...¿Qué tal si me deja a medio desierto? Tengo una prima que así se
perdió, quien sabe dónde ande, a lo mejor ya ni vive. Por eso yo tengo que
quedarme aquí, no debo irme... debo cuidar a mi abue, a Caro, la parcela;
además, ni se hablar inglés, me van a querer mandar a la escuela y no voy a
entender nada.
Juanita había estado escuchando en silencio y con
mucha atención la explicación que daba Francisco, entendía la palidez de su
rostro y el temblor de sus manos al recordar a su prima; así como el frenesí
con el cual se aferraba a la idea de cuidar a su abue, a su hermana, la
parcela, el argumento más sólido que tenía para defender su integridad, para
evitar hablar del miedo que le causaba cruzar el desierto y perderse. Había
algo en la voz del niño que indicaba su destino de una manera tan fatal que el
solo imaginarlo llenaba de escalofríos el cuerpo de Juanita, -Pues háblale a tu
mamá, dile que no quieres ir, explícaselo como me lo has dicho a mí. Dile a tu
abuelita que te ayude, que la convenza. -Sí. Eso voy a hacer- contestó
Francisco, un poco más calmado, aunque el reptil del miedo aún seguía en su
cuerpo negándose a alejarse de él.
Ya en casa habló con su madre, pero ésta le dio
solo negativas por teléfono, Francisco imploró, explicó, lloró sin lograr
conmoverla. -Hijo, me volví a casar y no te dejaré allá; tu lugar está junto a mí
que soy tu madre - ¿Cómo convencerla?...
Pensando y pensando se durmió y soñó... soñó una
tierra árida y un sol abrasador... caminaba junto a otro niño; solos, la
garganta seca, parecía que los tenis le quemaban los pies, había un olor muy
desagradable como a animal muerto. La mezcla de polvo y sudor le picaba el
cuello, las piernas... y ese dolor de cabeza que parecía hacer estallar su
cerebro. Cerró los ojos para imaginar por un instante la frescura del agua de
pozo y la brisa que corría bajo la ceiba ¡Cómo extrañaba la casa de su abuelita!
Un sabor a tierra mojada llegó a sus labios y al abrir los ojos descubrió que
estaba tirado solo a medio desierto, el recuerdo de la ceiba, de Juanita y su
abuelita lo habían mantenido con fuerzas, pero ahora... alcanzó a ver una nube,
el sol y... una serpiente que se lanzaba sobre él.
Era media tarde, el viento fresco soplaba
suavemente mientras las nubes se unían como si el cielo hiciera una
conspiración. Debajo de una ceiba enorme se encontraba Juanita, de cuclillas, escribiendo algo sobre
la tierra. Hacía ya un año desde que se encontrara en ese mismo lugar a Francisco,
su amigo y compañero de escuela. Muchas cosas habían cambiado desde entonces,
ella misma ya no era la niña curiosa y juguetona de antes, a veces
acompañaba a doña Maura a hacer rosarios, oraciones, aunque muy en el
fondo de su alma sabía la verdad, había conocido el destino de Pancho desde
antes de la partida.
Por ello, el día que fueron a la iglesia y
escuchó a doña Maura pedir por el pronto regreso de su nieto tomó el ramo de
gladiolas que tenía en las manos y las llevó delante del altar diciendo -Mira
Diosito, tú y yo sabemos lo que sucedió, te ofrezco estas flores por Panchito y
por favor, has que gente como doña Gloria o doña Maura tomen en consideración
también a los niños. Te ofrezco el perfume de las gladiolas por las almas de
aquellos que han sido olvidados y la blancura de éstas flores para limpiar el
remordimiento y dolor de esos padres arrepentidos que solo tú conoces- y sin
más, tomó a doña Maura de la mano llevándola a la fuente que estaba atrás de la
capilla, donde la anciana derramó gruesas gotas de alegría al observar como su
nieto se reflejaba en el agua diciéndole ¡Abuelita, ya estoy aquí, regresé y
ahora sí nadie podrá separarme de ti! ¡No llores por mi... no llores por mi!
Szív Márquez.