Recuerdo mucho esos tres días después de su funeral, porque al tercer día lo soñé. Él iba caminando dentro de una gruta, el camino era tan estrecho que debía mirar bien por donde andaba para no caer al barranco a su izquierda. Yo lo iba acompañando, cuidando que no cayera. Pero el abuelo ya no necesitaba bastón, su vista era perfecta, su caminar erguido.
La gruta sólo tenía luz por la vereda, un camino de tierra amarilla; pronto llegamos a lo que parecía una cueva oscura. Ahí, el abuelo me soltó la mano y dijo: -Hasta aquí, tú debes regresar. Recuerdo solo esas últimas palabras y al momento despertar...
Así lo recuerdo: sereno, erguido, caminando al fondo de aquella cueva.
Szív Márquez 2 de octubre 2022