De pronto vi a la anciana fallecida salir de entre la multitud, se detuvo frente a mi, metió su mano derecha con la palma abierta a la altura de mi corazón, sus ojos tenían una mirada muy dulce, sonrió. Enseguida traspasó mi cuerpo, se fue. Sorprendida y asustada miré a todos pero nadie parecia haberla visto. Si ni a la muerta le gustó el rezo ¿qué hago yo aquí? -pensé. Y me dirigí a casa.
Szív Márquez
Szív Márquez
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