Era su costumbre asaltar a los chicos de la secundaria. Se divertía acercándose, metiéndoles una zancadilla, causándoles dolor. Aquel día llegó dispuesto a esperar a su víctima, un chico de corta estatura y cabello lacio. Se sorprendió al escuchar: ¡No volverás a asaltarme, levanta las manos! Eso le pareció divertido, acostumbrado a fanfarronear acercó su corazón a la punta de la pistola. –A ver, dispárame. Después del estruendo, salió corriendo de aquel cubículo; la gente escucho sus gritos: ¡Córrele, córrele wey, trae pistola! 200 metros después su cuerpo se desvaneció.
Hoy he visto la cruz polvorienta, creo que alguien ha olvidado ponerle flores.
Szív Márquez
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