7 feb 2019

Media noche





Pasaba ya la media noche, a lo lejos se escuchaba el ladrido de los perros. Ella trabajaba en un proyecto aprovechando el silencio de la noche. De pronto escuchó voces en la calle, a las cuales no les prestó atención debido a que era común que entre las 11 y 12 de la noche algunos vecinos caminaran platicando frente a la acera de su casa. De pronto las voces callaron y en su lugar se escucharon primero de manera tenue, después con mayor fuerza unas pisadas en la yerba del terreno baldío a lado de su casa. No se inmutó por el ruido debido a que cada noche había perros vagabundos rondando los alrededores. Unos minutos después inició un nuevo sonido, primero leve, luego con mayor fuerza, tanto que la desconcentró totalmente de su tarea. Era como el sonido del fierro al chocar con la tierra. -¿Una pala?-Se preguntó extrañada. Los perros ladraban más fuerte, encendió la luz del patio mientras apagaba la del dormitorio. Al asomarse por la ventana observó a un hombre con una pala escarbando en el terreno baldío. Había dejado la puerta que daba hacia un balcón de la casa abierta, lo cual le facilitó salir y observar la acción. El hombre no parecía haberse inmutado por la luz encendida en el patio,  continuaba escarbando ahora con mayor fuerza.  El ruido que hacía con la pala era fuerte,  a esa hora el silencio albergaba la calle y solo se escuchaba el compás de la pala al enterrarse en la tierra.
     Entró, no deseaba ser descubierta observando... ¿será un ladrón?¿Un criminal? Las preguntas la atormentaban. Intentó hablar por teléfono pero por algún motivo no salían llamadas del celular ni del teléfono fijo. Envío mensajes informando lo que sucedía.
      Los perros empezaron a aullar, volvió a salir a observar, mientras su corazón parecía dar vuelcos dentro de su pecho. Respiró. Despacio, muy lentamente volvió a mirar... el hombre estaba tocando la tierra como si hubiera escondido algo y ahora apelmazara el espacio... tomó su pala, dio un paso, levantó el rostro y le lanzó una  mirada... ella quedó paralizada por el pánico, el hombre dio tres pasos hacia ella y antes de llegar  al balcón desapareció. Mientras el aullido de los perros se hacía más fuerte y agudo dándo una atmósfera fúnebre a la noche.


Szív Márquez. 

Realidad etérea

  No hay neblinas blanquecinas  ni miel surgiendo a borbotones justo a mitad del plexo. Solo un espejo translúcido elevándose hasta la perpe...