23 oct 2010

LA LUZ DE MARÍA




Abrir un corazón y sembrar rosas...

Volar como un ave y tocar estrellas.

Szív.



     María se columpiaba alegremente y platicaba con su amigo imaginario - ¡Más, más fuerte! ¡Te digo que más fuerte!- Mientras, con los pies empujaba impulsando el columpio -¡Así, fuerte!- Su cabello largo se movía al compas del viento, los ojos grandes y negros le brillaban al imaginar que de un momento a otro alcanzaría una nube. En el rostro se delataba el asombro de sus ocho años... la débil figura se hacía grande cuando su sombra era recortada bajo el cielo.



     –¡María! –-Escuchó que  llamaba su mamá–- ¡Ya voy!-Respondió contenta. De un salto bajó del columpio y corriendo llegó hasta la puerta de la cocina. -¡Qué hiciste! ¡Dime!¿Por qué la cazuela está rota?-María se quedo callada, asustada por el grito de su mamá; advirtió que todo le daba vueltas; su mente había quedado en blanco, solo escuchaba gritos...gritos y mas gritos. De pronto percibió ese dolor en la espalda, ese dolor que laceraba...


      Entonces en la sala se escuchó una voz alegre, y una mujer delgada, de nariz recta, cabello corto, ojos grandes y brillantes apareció. Era Tía Amalia, quien tenía un carácter muy jovial; al solo verla María lloró con gran fuerza.

–Hija ¿Qué tienes?
–Mi mamá se enojó porque rompí la cazuela...

–Ya no llores... mejor ven... ayúdame a poner el altar...-contestó tía Amalia consoladora.

–¡Ven acá, María!- se escuchó la voz de la madre y la niña miró a su tía -Pero mi mamá...-un gran sollozo la hizo callar.

–Yo hablo con ella, no te preocupes- y acercándose a Marta dijo: -Déjala ir conmigo, vamos a hacer un altar
–Esta bien, pero si hace alguna travesura me dices.

Siempre que estaba junto a su Tía la pasaba muy bien. Ella tenía una hamaca grande de muchos colores donde se acostaba a leer la biblia. La dejaba ver las caricaturas, le enseñaba canciones y podía hacer todos los dibujos que quisiera. Lo más importante: Ella nunca le pegaba o gritaba a pesar de que a veces la hacía enojar, ni aún cuando le rompió su maceta favorita.


–Mira– dijo la tía Amalia– primero pondremos una mesa rectangular, en alto, porque los difuntos ya no están en nuestra dimensión, sino en una más elevada que es la del cielo o paraíso cristiano. Y luego, en cada extremo de la mesa una vara de aproximadamente metro y medio de largo, como símblo de las cuatro eras del ciclo de la vida por las que todos los humanos transitamos: infancia, juventud, madurez y vejez.


María felíz le ayudaba con los preparativos del altar y ponía mucha atención en lo que le explicaba.


Este es el arco en la parte frontal superior, es la puerta de la entrada al mundo de los muertos.


– ¿Y las estrellas tía?

–Las doce estrellas o soles de palmilla tejida, colocados a lo largo del arco frontal representan los meses del año que el muerto tardará en visitar a sus parientes o amigos.

–Ah! Dijo la niña con mucha admiración y pensando en lo sabia que era su tía – ojalá que mi mamá también fuera así y me explicara las cosas con paciencia y sin gritarme –recordó los azotes que su madre le dio cuando no supo decirle la tabla del siete, aún sentía el dolor en su espalda, el dolor… María no entendía la dureza de su madre quien ni siquiera ponía altar o rezaba por los difuntos como su tía.


 – Los muertos, muertos están- decía Marta.


¡Qué diferente era todo en casa de Tía Amalia! – mmm…¡Qué bien huele! – Exclamó María dejando de lado sus recuerdos – Es incienso – contestó Tía Amalia– Sirve para purificar y perfumar el alma del difunto, en este caso tu tío.

María vió como su tía colocaba la foto del tío Ignacio en el centro del altar, el cual ya estaba terminado: Las flores de cempasúchil y las carpetitas de papel de china picado le daban un toque festivo de luz y color, además, sobre el altar estaban el sombrero de palma, el morral, machete, la reata y el oyul que el tío Ignacio acostumbraba llevar a la milpa para tomar agua. María sabía que éstas eran las cosas que al tío Ignacio más le gustaban en vida. Además, la tía Amalia había puesto en el altar cazuelitas con diversos platillos: el olor del mole con carne de guajolote inundaban el altar, su color rojo contrastaba con el blanco arroz, los tamales puestos sobre el plato de loza mostraban su consistencia blanda, se distinguía el color del chile y tomate rojo, las enchiladas que tanto le gustaban al tío Ignacio adornadas con trozos de aguacate y queso se antojaban riquísimas; el pan de muerto se columpiaba entre las naranjas y mandarinas; los jarros que contenían exquisito atole de calabaza, espeso chocolate, café, cerveza le daban al altar un ambiente agradable.

De pronto María exclamó: ¡Faltan las velas! Usted siempre dice que sin ellas los difuntos no encuentran el camino de regreso –Es cierto – contestó la tía y apurada acomodó las velas en el tallo de una planta de plátano. ¡Luz!¡Qué hermosas llamas amarillas, rojo y naranja…! Era lo que más le gustaba a María ver ese resplandor de luz.

Después de comer algunas jugosas mandarinas, despicar flores de cempasúchil y hacer un camino con ellas (para que los difuntos siguieran la senda de regreso, según había explicado su tía) volvió a casa.

– ¡Mamá, mamá hay que hacer un altar el de mi tía tiene mucha luz! – dijo alegre al llegar, sin embargo Marta la esperaba con un cable en la mano. Al verla la niña sintió que el alma se le iba del cuerpo… su madre comenzó la letanía: – ¡Nada mas ves a tu tía y te vas! ¿Quién crees que va a cuidar a tu hermana?¡A ver, contéstame!

María sintió un temblor en su corazón, Marta la jalaba del brazo golpeándola con el cable en la espalda – ¡Ya no¡!Mamá tú me diste permiso, ya no me pegues!
– ¡Qué permiso, ni que nada!

– ¡Ya no! ¡Ya no voy a ir con mi tía, pero por favor… ya no me pegues! – Decía llorando María, sin embargo, Marta no se detuvo… cuando se cansó de golpear le dijo: – Voy a salir, me llevo a tu hermana y pobre de ti donde te salgas… ¡ah! Cuida esa olla que dejo en la lumbre.

María sabía que de no obedecer la pasaría peor. Recordó el día que fue a jugar con su amiga Patricia, a su regreso Marta la había golpeado igual que ahora amarrándola  al árbol de mango que estaba en el patio de su casa. Su cuerpo se erizaba al recordar la oscuridad, el ladrido de los perros en la calle, sus propios gritos pidiendo con los ojos llenos de lágrimas que la soltara y luego, cuando creyó que su madre la había perdonado al desatarla, el bulto de ropa en una bolsa de plástico y ese rostro duro, frío que le decía se fuera de la casa. A su mente volvió la alegría que experimentó al sentirse liberada y correr a casa de su tía. Grave error, apenas había entrado a casa de tía Amalia llegó Marta explicando que María se había vuelto loca, la abrazó, le dio un beso y se la llevó, ante la impotencia de la tía.


– A de ser maravilloso caminar por esa vereda de flores – se dijo María  y cansada de llorar se durmió, entonces soñó… soñó que el tío Ignacio venía hacia ella con el aura tan resplandeciente como un sol, pero había otra luz en sus manos. Era una corona de flores de Cempasúchil. Con razón la tía Amalia siempre le decía que esa flor daba brillantez y luz a las almas en el mundo de los muertos – ¿Mundo de los muertos? –pensó María- "Qué maravilloso es caminar por esta vereda de flores...¡Luz! ¡Qué hermoso resplandor de luz!"

En esos momentos Tía Amalia desesperada buscaba la manera de abrir la puerta o alguna ventana de la casa, de su interior salían llamas amarillas, rojas, naranjas…–¡María¡!María¡– gritaba angustiada pero nadie le respondió…



Glosario
Oyul: Vasija de barro
Cempasúchil: La planta de Cempoalxochitl es una hierba aromática, con inflorescencias anaranjadas grandes de olor penetrante. Florece en octubre y noviembre. En México florece en el mes de Octubre, en paises de europa se le puede ver floreciendo durante todo el año.


María del Carmen Márquez Ramírez

 (Szív Márquez)











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