8 jun 2011

De pronto vi a la anciana fallecida salir de entre la multitud, se detuvo frente a mi, metió su mano derecha con la palma abierta a la altura de mi corazón, sus ojos tenían una mirada muy dulce, sonrió. Enseguida traspasó mi cuerpo, se fue. Sorprendida y asustada miré a todos pero nadie parecia haberla visto. Si ni a la muerta le gustó el rezo ¿qué hago yo aquí? -pensé. Y me dirigí a casa.


Szív Márquez


No hay comentarios:

Realidad etérea

  No hay neblinas blanquecinas  ni miel surgiendo a borbotones justo a mitad del plexo. Solo un espejo translúcido elevándose hasta la perpe...